
Queridísimo maestro y amigo,
Me han expulsado (a decir verdad: “me han despedido”) como a tantos otros profesores judíos. Usted, que sabe cuánto estimo a la juventud y especialmente a la juventud alemana, sabrá qué significa un golpe de este tipo infligido a un hombre de 46 años que se siente fuerte y podría ahora rendir más que nunca. Lo que más me entristece es la falta de resistencia de los intelectuales que se dejan avasallar, contentos de estar seguros y protegidos ante la tempestad, y que abandonan a sus colegas tratados injustamente. Mi resistencia a la Petrarca Haus ha influido seguramente un tanto en dicha decisión: pero yo, que preveía las consecuencias de un fascismo alemán, no podía hacer otra cosa. Ahora, querido maestro, ¿qué hago? Quisiera continuar enseñando en un lugar cualquiera del mundo. Usted, que conoce el mundo, el mundo del espíritu en todo el mundo, ¿podría darme alguna sugerencia, una idea, una recomendación? ¡Piense en nuestras charlas por las colinas de Marburgo y deme un consejo! Entre tanto, considéreme como siempre su devotísimo. Leo Spitzer»